¿No quieren un taco?

Un poco desmayada, todavía sostenida por una de sus nueras, el rostro descompuesto, la mirada perdida en el horizonte, los sentimientos agolpados en el rostro y saliendo a borbotones salados por los ojos me dijo - ¿no quieren un taco?.

No era la primera vez que me presentaba en esa comunidad, ya antes como representante comercial (vendedor) del incipiente negocio de electrodomésticos de mi padre había tenido la oportunidad de conocer esta comunidad semi rural de las afueras de la ciudad de la eterna primavera. Por aquellos días me enteré que todos en la comunidad provienen de una misma estirpe, que se emparentan con la gente de Buena Vista del Monte, que tienen mucha tierra, fértil, amable, que los últimos gobernantes les ayudaron a conseguir unas buenas bestias para el trabajo, que no se preocupan por saber cuantas reces exactamente poseen, pero saben que son muchas, además contarlas sería casi imposible porque las tienen en el monte, que en las lluvias gustan de ir a cazar conejo…

Cuando llegamos no sabía si alguien me recordaría, finalmente era lo menos importante, nos habían avisado de lo sucedido desde la mañana y en cuanto pudimos nos trasladamos para enterarnos cuál era la situación y en que podíamos ser útiles. En nada, concluí al llegar, ella salió acompaña de su hija soltando la queja mas lastimosa que puede soltar la gente del campo, “ya se acabó mijo”. Efectivamente, como mas tarde podríamos constatar al reconstruir el turbio panorama de la historia, Juan estaba muerto. La gran tragedia de la familia estaba llena de matices y elementos que ya hubiera querido un buen cronista para hacer su trabajo. Salió, se despidió pensando volver por la noche y ya no regresó sino hasta las 2 pm del día siguiente envuelto en un traje de madera, dormido para siempre…

¿Y ahora? Llamar a la CIDH, a los medios, a un abogado, a difundir esta historia por la red, porque este atropello a los Derechos Humanos, a la dignidad, a la tranquilidad de esta gente no puede quedarse en el silencio de la impunidad. Como pudimos nos movimos, unas llamadas, buscando desesperadamente la señal para los celulares. Ahí me entero de que el movistar de 400 pesos tiene mejor señal que el Telcel de 1500. Ahí en la montaña, cerca de Cuernavaca tenía lugar una de las escenas mas conmovedoras que mis ojos han visto.

Ya llega Juan, envuelto en su traje de madera, entra pasivamente por la estrecha puerta de su casa escoltado por su cuñado y otros familiares, que traen el rostro desencajado de dolor y coraje, que en medio de su cansancio por la noche de zozobra y desagradables sorpresas solo atinan a contarnos la parte de la historia que nos faltaba, la parte del tiempo que estuvieron desaparecidos, la parte donde no se sabía cual era su suerte, si estaban heridos, muertos, la parte que mas adelante las autoridades han de rellenar con declaraciones que contradigan las pruebas periciales, la parte donde los policías repetirán su testimonio como de memoria, nos daremos cuenta que es un guión elaborado, y poco a poco se irán contradiciendo sus mentiras hasta que o bien, la presión social traiga la verdad a la luz o un oficialismo termine de consumar la barbarie con el designio de un juez corrupto…

Las mujeres lloran a voz en cuello, se lamentan, brincan, patean el piso, se tiran del cabello con una desesperación que pareciera estarlas llevando al borde de la locura. Ella, la madre, tiene un desmayo al lado de Juan y su traje de madera, otras mujeres la sacan cargando, pero no pueden con su peso, se ha soltado de la vida, por un instante se ha abandonado a la suerte, ese es el dolor de un hijo. Los hombres lloran en silencio, con lágrimas que escurren por sus rostros surcados como el campo, intentan ocultarlas agachando la cabeza, se limpian con un pañuelo, intentan posar la mirada en otro lugar, uno donde no les duela tanto, sus rostros parecen a punto de desfigurarse por culpa de los sentimientos resguardados en las entrañas, porque los hombres no lloran, y menos los del campo.

Inhumanamente hemos atacado a su cuñado y a uno de sus tíos con nuestras preguntas, intentamos reconstruir la historia, cuando ya no tienen nada mas que decirnos amablemente se disculpan, han pasado quizá una de las mas terribles noches de sus vidas y necesitan descansar un poco, no han dormido ni un minuto desde anoche. Se retiran y alguien nos avisa que debemos salir a la carretera a recibir a los medios.

De pronto se hace un silencio sepulcral, una voz me susurra, “ya viene la esposa”. Entra como una ráfaga de viento y le grita, “levántate, no te quiero ver así, levántate”, pero esta vez el milagro Cristiano no se realiza, Juan sigue durmiendo pasivamente en su traje de madera.

Cuando nos estamos subiendo a la camioneta de la nada sale ella, la madre, nos llama en medio de sollozos y nos pide auxilio, apoyo, “no nos dejen, ya ven que ahora si nos pegaron re feo y es la segunda vez que nos pegan”, como podemos asentimos, le prometemos con el corazón la ayuda que nos solicita y por dentro me siento como candidato en campaña, me doy vergüenza a mi mismo. Me siento inútil y prometiendo dar una ayuda que en mis manos no queda, y cómo ponerme a intentar explicarles que son ellos los arquitectos de su destino, los que con la movilización, la denuncia, las demandas van a poder hacer un poco de esa justicia que “yo creo mijo si se la merece, ni siquiera tomaba”. Y para rematar con mis propias culpas pequeño burguesas en un momento de lucidez entre su dolor y pena vuelve a su costumbre de vieja ama de casa, de mujer del campo, de mujer sencilla y se disculpa “ni un taco les ofrecimos, ¿no quieren un taco?”

Ya llega Pepe con los medios, comienzan de nuevo las preguntas, las entrevistas, a reconstruir de nuevo la historia, a intentar re hacerlo todo. Aprovecho para agregar elementos a mis notas mentales. Cuando terminan las crónicas de las diferentes versiones un único pensamiento cruza por mi cabeza. “Hijos de la chingada”.

Pepe termina sus notas, pide permiso para ver el cuerpo, se le permite el paso al cuarto donde ya Juan debe haberse cansado de intentar obedecer la orden de su esposa de levantarse inmediatamente. Le comento a mi compañera que para ser defensor de Derechos Humanos se requieren muchos hígados para poder ver estas cosas a cada rato, para mantenerse siempre en la línea de la investigación, para no dejarse cegar por la furia y la rabia impotente que te llena el estómago cuando escuchas las historias de las víctimas de sistemas como el nuestro, me dice, “si por eso admiro a Pepe”.

Por la noche, ya de regreso en casa antes de dormir solo da de vueltas en mi cabeza la imagen de ella, la madre, ofreciéndome un taco y yo sin nada que ofrecer más que la esperanza de que al menos pueda hacerse justicia si peleamos duro por ella…

Aarón Flores.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Carnalito:
Me haz envuelto en tus palabras y hecho saltar mis sentimientos.
Gracias por compartir esa vivencia. Estos sucesos son los que nos enseñan, los que nos mueven, los que nos alientan y no nos dejan buscar descanso en la lucha.
La justicia la encontraremos si seguimos caminando juntos.
Avísenos de las actividades que crean conveniente hacer.
Saludos
El Tejereque